14/9/07

De la fatalidad y otros rasgos del espíritu

Etcétera
Política y Cultura en línea
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Julio Ruelas

De la fatalidad y otros rasgos del espíritu

Rocío Cerón

Es hacia el interior por donde discurre el camino misterioso. La eternidad, con sus mundos, el pasado y el futuro, está dentro de nosotros mismos o en ninguna parte. El mundo externo es el mundo de las tinieblas, que arroja su sombra sobre el reino de las luces.
Novalis

La fatalidad germina en el alma de ciertos hombres desde la infancia, les atraviesa el cuerpo, se recoge en sus entrañas y los encamina -de singularísima manera- al acto creativo. El abismo es un territorio que seduce, un sitio donde, pasiones y miedos, convocan a un juego de claroscuros: todo el dolor y todo el amor presentes. En busca de la belleza, considerándola como un estado del alma, como un gesto estético, Julio Ruelas (México, 1870), artista de espíritu enrarecido, galvánico, cabalgó por caminos interiores, oníricos, que lo condujeron a dibujar el placer, a darle forma a una carnalidad terrible donde el cuerpo (en particular el femenino) se presenta como objeto agónico (siempre en estertor último, es decir, estertor erótico, vital) y, a la vez, como símbolo de los poderes supraterrenales.

Ilustración para un poema
de Efren Robledo, 1901

Dibujante de excelencia, con un profundo conocimiento de la figura humana, de las proporciones (carnales, espirituales), Ruelas nos da una visión del erotismo como una forma rebelde a las definiciones y, por lo tanto, sujeta a las turbulencias, a los poderes mágicos que nos empujan al extravío. Al igual que la tempestad que arriba rotunda, apasionada, para desaparecer con igual fulgor, la obra de Julio Ruelas nos abre de tajo la posibilidad de mirar en el reino del dolor un resquicio por donde se cuela la luz. Luz que proviene de las palabras, pues Ruelas mantuvo una intensa relación con la poesía y ésta, a su vez, se encuentra sustentada en las imágenes, es decir, en el simbolismo. Baste recordar que Ruelas fue uno de los fundadores de la Revista Moderna y que, un gran número de viñetas y aguafuertes del artista nacieron para ilustrar (dialogar con) poemas de autores como José Juan Tablada, Amado Nervo, Manuel Machado, Salvador Díaz Mirón o Luis G. Urbina.

Algunos críticos han pretendido ver en la obra de Ruelas un antecedente de la pintura surrealista, sin embargo, aunque es probable que su principio se encuentre íntimamente relacionado a los sueños, sus dibujos, aguafuertes y pinturas se hallan más cerca de un simbolismo trágico. Mujeres escorpionas, mujeres araña que atrapan a sus amantes y dejan que en su tela se conviertan en cadáveres, mujeres domadoras que, látigo en mano someten a la razón, es decir, a los hombres (señalemos que, para Ruelas, las mujeres son daimon, instinto, fuerzas primitivas sin control. Incluso, criminales). Estas entidades-símbolos características de la obra de Ruelas nos muestran que los hombres son sometidos por el poderío fantasmal y sensual de las mujeres, pero que tal sometimiento no está sólo caracterizado por el dolor: toda la obra de Ruelas se halla trazada por el placer, por la resurrección de las almas a través de la carne. No sobra advertir que Julio Ruelas nace en una familia porfiriana, sutil pero evidentemente jerarquizada. El era un personaje taciturno, generalmente vestido de negro, que gustaba visitar lugares prohibidos para las buenas conciencias de su época. Tenía una relación compleja y rica en experiencias con la bebida (como a Allan Poe, los cuervos también visitaban la habitación de Julio Ruelas, de ahí la sensación de pesadilla, de fatalidad, que recorre su obra).

Ruelas fue dueño de una compleja personalidad imaginal que tuvo como vicio y redención los rincones oscuros del espíritu. Artista concentrado en una noción intermedia de la vida, encontró entre el cielo y el infierno, los paraísos artificiales de Baudelaire, a quien la generación de Julio Ruelas consideraba como una figura de ruptura y, al mismo tiempo, fundacional. La ciudad preferida de la modernidad fue París. Ruelas es protagonista y encarnación del espíritu de esa época que se regía por la sed de absoluto, la melancolía y la rebelión, y el acceso a las profundidades de la psique. Hacia sus últimos años se mudó a la Ciudad Luz donde encontraría la muerte, la tuberculosis sellaría su destino a la edad de 37 años (paradójicamente, la edad en que murieron Edgar Allan Poe y Rimbaud, personajes de igual manera seducidos por el imán de la fatalidad). En un rincón del cementerio de Montparnasse, en París, Ruelas atraviesa por un sueño eterno, mientras nosotros, los amantes de su obra, abrimos las puertas de un universo secreto, prohibido a los faltos de alma, para penetrar en los bosques de horizontes verdinegros, donde las musas y los faunos de Julio Ruelas danzan interminablemente hasta abandonarse saciados en los brazos de algún ángel caído, de cualquier Luzbel que promete, en el ardoroso abrazo de las carnes, la inmortalidad

Rocío Cerón es poeta.

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